1. El concepto.
Como primera aproximación podemos decir que se trata de un amplio proyecto de mejora de la humanidad actual en todos sus aspectos, físico, intelectual, emocional y moral, gracias a los progresos de las ciencias, y en particular de las biotecnologías, Una de las características esenciales del movimiento transhumanista reside en el hecho de que pretende pasar de un paradigma médico tradicional, el de la terapéutica, que tiene como finalidad principal “reparar”, cuidar enfermedades y patologías, a un modelo “superior”, el de la mejora y también el “perfeccionamiento” del ser humano.
El manifiesto transhumanista, en su versión 2012, es un documento firmado por dos eminentes padres fundadores del movimiento, Nick Bostrom y Max More, que también se puede consultar íntegro en internet con facilidad. En él podemos ver el ideal de una transformación de la especie humana, pero también las precauciones que cabe tomar en la materia:
1. La humanidad se verá profundamente afectada por la ciencia y la tecnología en el futuro. Nos planteamos la posibilidad de ampliar el potencial humano superando el envejecimiento, las lagunas cognitivas, el sufrimiento involuntario y muestro aislamiento en el planeta Tierra.
2. Pensamos que no siempre se realiza el potencial de la humanidad en lo esencial. Hay esquemas verosímiles que permitirían mejorar la condición humana de forma maravillosa y extremadamente interesante.
3. Reconocemos que la humanidad hace frente a graves riesgos en particular los derivados de la utilización abusiva de nuevas tecnologías. Se pueden dar situaciones que conducen a la pérdida de la mayor parte, o incluso de la totalidad de lo que consideramos más valioso. Algunas de estas posibilidades son radicales, otras son más sutiles. Aunque todos los progresos suponen un cambio, no todos los cambios son un progreso.
4. El esfuerzo de investigación debe centrarse en la comprensión de estas perspectivas. Debemos debatir cuidadosamente sobre la mejor forma de reducir los riesgos favoreciendo a un tiempo las aplicaciones positivas. También necesitamos foros en los que la gente pueda debatir de forma constructiva sobre lo que podría hacerse y sobre una organización social en la que se puedan aplicar estas decisiones responsables.
5. La reducción de los riesgos de extinción humana, el desarrollo de medios para la preservación de la vida y de la salud, la atenuación de los sufrimientos graves y la mejora de la previsión y de la sabiduría humana deben considerarse como prioridades urgentes, generosamente financiadas.
6. Las decisiones políticas deben estar guiadas por una perspectiva moral, responsable y aglutinadora, que tome en serio tanto las ventajas como los riesgos, respetando la autonomía y los derechos individuales, mostrando solidaridad y preocupándose por los intereses y la dignidad de todas las personas en todo el mundo, También debemos permanecer atentos a nuestras responsabilidades morales para con las generaciones venideras.
7. Defendemos el bienestar de todas las inteligencias, incluyendo a los humanos, los no humanos, los animales, las futuras inteligencias artificiales, las formas de vida modificadas y cualquier otra inteligencia que pudiera nacer de los progresos tecnológicos y científicos.
8. Promovemos la libertad morfológica, el derecho a modificar y mejorar el cuerpo, su cognición, sus emociones. Esta libertad incluye el derecho a utilizar o no utilizar tecnologías para prolongar la vida, la preservación de sí mismo gracias a la criogenización, las aplicaciones informáticas y cualquier otro medio, así como a poder elegir futuras modificantes y mejoras.
Este texto producirá carcajadas en unos y terror en otros. Han ido apareciendo numerosas tentativas de ridiculizar un movimiento en el que los temas serios conviven con otros más fantasiosos . Pero también hay entusiastas y la mayor parte se muestra prudente, algo desconcertados ante la idea de que el proyecto ya está en marcha en los laboratorios, en las universidades, en los centros de investigación y las grandes empresas, en Estados Unidos o en China, sin que nuestras viejas democracias hayan tomado siquiera conciencia de ello.
A partir de ahí se impone inmediatamente una pregunta que aparece como crucial entre todas: ¿cómo situar el transhumanismo entre el humanismo clásico, digamos, el de la Ilustración, los derechos humanos y la democracia, y el alegato “posthumanista” para la creación de una nueva especie, más o menos radicalmente diferente a la humanidad actual? El transhumanismo es heredero en muchos aspectos: 1) de una cierta forma de humanismo clásico, el que insiste, desde Pico della Mirandola hasta Condorcet y Kant, pasando por Rousseau, Francis Bacon, Ferguson o La Mettrie, sobre la perfectibilidad infinita de este ser humano que no está en un principio encerrado en una naturaleza intangible y determinante, como puede serlo un animal guiado por la programación del instinto natural común a su especie, 2) el transhumanismo también puede ser heredero del optimismo cientificista y tecnófilo que se ha desarrollado en la Edad Moderna a partir de la Ilustración t de la revolución científica hasta el nacimiento de los NBIC(La Nanotecnología, la Biotecnología, las Tecnologías de la Información y la Ciencia Cognitiva), la robótica y la inteligencia artificial; 3) también tiene una herencia asumida de la ciencia ficción, así como 4) una filiación asumida con la contracultura de los años sesenta, feminista, ecologista, igualitarista, libertaria y descontruccionista, en la tradición del famoso “falo- logo- blanco-centrismo” del que hablaba Derrida.
2. Humanismo, posthumanismo
Debemos distinguir dos formas de transhumanismo.
En primer lugar, tenemos un transhumanismo “biológico” que reivindica la tradición humanista representada por Condorcet. Al contrario de lo que se suele pensar, este humanismo ilustrado, que asume la noción rousseauniana de una “perfectibilidad” potencialmente infinita del ser humano, no se contenta con imaginar cambios políticos y sociales, sino también progresos en el orden de la naturaleza, incluyendo la naturaleza humana.
Bien diferente es el proyecto “cibernético” de una hibridación sistemática hombre/máquina que recurre a la robótica y a la inteligencia artificial más que a la biología. Es lo que propone Ray Kurzweil, director de la Universidad de la Singularidad financiada por Google. Para este grupo sería mejor reservar el nombre de “posthumanismo” pues se trata de crear una especie nueva, radicalmente diferente de la nuestra, miles de veces más inteligente y poderosa que ella, una humanidad diferente, para la que la memoria, las emociones, la inteligencia, todo lo que se relaciona con la vida del espíritu, se podría almacenar en soportes materiales de un tipo nuevo, como cargamos ficheros en una memoria USB. Kurzweil sueña con un hombre “interconectado” con un ordenador, con todas sus redes de internet gracias a implantes cerebrales, que se convertiría así en “posthumano”
Mientras que en el primr transhumanismo “solo” se trata en principio de hacer que lo humano sea más humano, el segundo trans/posthumanismo descansa en la idea de que máquinas dotadas de una inteligencia artificial “fuerte” pronto se impondrán a los seres biológicos, pues las máquinas no se contentarán con imitar la inteligencia humana, estarán dotadas de la conciencia de sí y de emociones, lo que hará de ellas seres perfectamente autónomos y prácticamente inmortales. Podríamos entonces: 1) separar la inteligencia y las emociones del cuerpo biológico ( como la información y su soporte) y 2) almacenar la memoria, así como la conciencia, en máquinas, hipótesis materialista que tiene un eco importante en los especialistas de la inteligencia artificial. Este segundo transhumanismo es realmente un posthumanismo, ya que aboga, no por una simple mejora de la humanidad actual, sino por la fabricación de una especie diferente, una especie que, a fin de cuentas, no tendrá mucho que ver con la nuestra.
El posthumanismo es y seguirá siendo para siempre un simple “ideal regulador” en la medida en que lo que podríamos llamar “bases naturales de la humanidad”, aquellas cuyas claves nos va permitiendo descubrir progresivamente la biología, representan un campo de trabajo potencialmente infinito. Por lo tanto, en el primer transhumanismo no se abandona ni la esfera de lo vivo, lo biológico, ni de una humanidad cuyo perfeccionamiento no intenta destruirla, ni siquiera superarla cualitativamente, sino más bien enriquecerla, mejorarla, es decir, en el fondo, hacerla más humana. Idealmente, esta vertiente del transhumanismo sueña con lograr una humanidad más razonable, más fraterna, más solidaria y, por decirlo todo, más amable porque es más amante, es decir, a un tiempo idéntica y diferente de la que hasta ahora ha ensangrentado el mundo con guerras tan absurdas como incesantes.
3. ¿Hacia el final de la humanidad?
En la otra vertiente, la de autores como Kurzweil, se trata de abandonar completamente al mismo tiempo lo biológico y lo humano- lo que quiere marcar claramente la noción de “singularidad”: tomada de la física matemática, remite a la idea de que a partir de un cierto punto de la evolución de la robótica y de la inteligencia artificial los humanos quedarán completamente superados y serán sustituidos por máquinas autónomas o, mejor, por la aparición de una conciencia y una inteligencia globales miles de veces superiores a las de la humanidad actual- una inteligencia que viene anunciada por las redes creadas por Google.
El posthumanismo no remite a una mejora de la humanidad, sino a su superación radical en un plano tanto intelectual como biológico, La posthumanidad no tendrá prácticamente nada de humano, pues ya no estará arraigada en lo vivo, la lógica de las nuevas tecnologías es fundamentalmente la de la desmaterialización. Kurzweil y sus discípulos suponen así que la conciencia se situará al margen de todo sustrato biológico corporal, que será posible almacenar la inteligencia, la memoria y las emociones en soportes informáticos de un tipo todavía por imaginar.
Las teorías de Kurzweil han suscitado la crítica de tantos científicos que, al contrario del primer transhumanismo, que no quiere tener nada que ver con la ficción, el trans-/posthumanismo de la “singularidad” se nos plantea como una utopía fantástica.
4. ¿Un transhumanismo o muchos?
El movimiento transhumanista es muy variado pero podemos encontrar rasgos comunes entre sus divergencias.
a) Una eugenesia de nuevo cuño, con pretensiones éticas, que quiere pasar del “azar a la elección” (“From chance to choice”)
Plante un nuevo tipo de eugenesia que se oponen todos los aspectos a la eugenesia totalitaria, como fue la nazi. La eugenesia transhumanista presenta cuatro diferencias esenciales con la antigua:
Así se desinflan las críticas a la eugenesia. ¿Quién se va a negar a reparar genes patógenos, portadores de enfermedades terroríficas, el día en que sea posible hacerlo en el genoma de células embrionarias? ¿Quién se va a negar a mejorar la resistencia del organismo humano al envejecimiento, a aumentar sus capacidades perceptivas, intelectuales, a dotar a la especie humana, por hibridación, de aptitudes superiores en todos los aspectos del juego de la vida?
¿Podemos, debemos intervenir en nombre de la justicia y de la igualdad de oportunidades en la lotería natural? Según el transhumanismo, sí. La eugenesia es un deber moral, siempre que la concibamos en un sentido igualitarista, “mejorativo”, no estatal y libremente decidida por aquellos que deseen recurrir a ella.
Es muy probable que una gran mayoría de los padres se vieran tentados por el proyecto de mejora de su progenie, aunque solo sea para evitar que quede desfavorecida con respecto a otros, lo que nos debería llevar ahora a preguntarnos sobre los límites colectivos, es decir, políticos, no de los avances de las tecnociencias como tales, sino de sus posibles repercusiones éticas.
Si nos situamos desde el punto de vista de la teoría sintética de la evolución, el recurso a manipulaciones genéticas posibilitadas por las biotecnologías ya no sería una opción, una mera elección entre distintas alternativas, sino una necesidad absoluta para la supervivencia de una especie al debilitarse la selección natural en nuestros países ultracivilizados y medicalizados.
Pasar del azar (de la lotería natural) a la selección (a las decisiones humanas) parece inevitable si queremos compensar de forma inteligente los efectos negativos de la regresión de la selección natural que ya han organizado nuestras sociedades tan sistematizadas.
5. Antinaturalismo: El progreso indefinido.
Ahora debemos precisas que se entiende aquí por “antinaturalismo”. En este caso, quiere decir que, para los transhumanistas, la naturaleza no es sagrada, por lo que nada impide modificarla, mejorarla o aumentarla. Es incluso un deber moral. De modo que el genoma humano no es un santuario y, desde el momento en que las modificaciones que podríamos realizar en él van en la dirección adecuada, la de la libertad y la felicidad humanas, no solo no hay ninguna razón para prohibirlas, sino que, todo lo contrario, hay que favorecerlas. Dicho esto, en otro sentido, el transhumanismo es evidentemente “naturalista”, ya que es filosóficamente materialista, lo que quiere decir que, a diferencias de las filosofías espiritualistas y de las doctrinas de la libertad entendida en el sentido del libre albedrío, considera que el ser humano no es en modo alguno un ser “sobrenatural”, al margen de la naturaleza, sino que está totalmente determinado por su infraestructura biológica.
Cuando decimos que el movimiento transhumanista es “antinaturalista”, nos referimos únicamente al sentido en que busca explícitamente una mejora del ser humano gracias a la ciencia y la técnica, un perfeccionamiento que transcienda los límites supuestamente “naturales” que son los suyos, al menos en principio. Por razones también morales, como en el caso de la eugenesia positiva, debemos, en la medida de lo posible, ir hacia una mayor inteligencia, sabiduría, tiempo de vida, felicidad, es decir, debemos transgredir constantemente los límites naturales desde el momento en que se trata del bien de la humanidad, y en esta medida el transhumanismo puede evidentemente reivindicar la noción de perfectabilidad, que encontramos en Pico della Mirandola, Ferguson, Rousseau o Condorcet, es decir, la idea de que el hombre, al no estar en modo alguno determinado en un principio, puede llegar a serlo todo, puede forjar su destino.
También por ello el transhumanismo se contrapone, no solo al humanismo cristiano, sino a todas las formas de sacralización de la naturaleza ya que los transhumanistas proponen modificaciones esenciales de la naturaleza humana, pues la humanidad no debe quedarse ahí, solo es una etapa en el sendero de la evolución.
En general, el transhumanismo plantea cuatro rupturas más o menos radicales con las formas tradicionales del humanismo: a) en primer lugar, el paso de lo terapéutico a lo mejorativo; b) el segundo lugar, el hecho de que, cuando se trata de pasar de lo “sufrido pasivamente” a lo “controlado activamente”, la escala histórica deja de ser social, política o cultural, la referencia es la de la teoría de la evolución, que es muy diferente; c) un tercer elemento es que a los ojos de los transhumanistas no existen derechos naturales vinculados a una naturaleza humana del tipo que fuere; d) finalmente, está claro que la mejora de la humanidad no solo se refiere a lo social, lo político o lo cultural, ni siquiera únicamente a la naturaleza exterior, sino a nuestros datos biológicos “internos”.
6. La vida sin fin.
La lucha contra la vejez y la muerte forma parte evidentemente del proyecto transhumanista. Se trata de transferir el deseo de inmortalidad de la mitología y la religión hacia la ciencia.
Numerosos investigadores piensan actualmente que el problema que preocupa a la humanidad desde los orígenes, el de la muerte, ya no pertenece al campo de la mitología, la religión, o la filosofía, sino al de la medicina y la biología, más precisamente las famosas NBIC ya mencionadas. Consideran que “la muerte de la muerte” es posible. Gracias a la convergencia de estas nuevas tecnologías, cuya realidad ignora en gran medida l gran público, en un futuro será posible vencer a la muerte. Evidentemente, todavía estamos muy lejos. Pero también es evidente que la muerte, aunque consigamos controlar el envejecimiento del organismo, sigue siendo posible por accidente, suicidio o atentado. Sion embargo, ya no vendría del interior, sino del exterior, por omisión, como las seis grandes innovaciones que ya están aquí, en los laboratorios, permiten imaginar.
En primer lugar, la genómica, con los rapidísimo progresos del secuenciado del ADN y de las terapias genéticas. El primer secuenciado de un genoma humano, realizado en el año 2000, costó 3.000 millones de dólares. Ahora este coste ha caído hasta los 3.000 dólares y será insignificante cuando termine la década. Pronto podremos detectar la mayor parte de las enfermedades genéticas y prevenir algunas de ellas, incluso reparar algún día los genes defectuosos gracias a cirugía genética, que también progresa desde hace algunos años a pasos de gigante. Luego llegarán las nanotecnologías en apoyo de la medicina que podrán reparar disfunciones diversas. La tercera revolución, la de los big data, con la aparición de ordenadores superpotentes que permitirán comparar billones de células, abriendo así camino a una medicina personalizada, adaptada a cada enfermedad y a cada enfermo. Cuarta línea de investigación, la de la robótica, que, con la ayuda del resto de las tecnologías, reforzará como nunca las posibilidades de hibridación del ser humano con las máquinas. La investigación sobre células madre abrirá camino a la medicina reparadora, mientras que, sexto elemento, los progresos de la inteligencia artificial llevarán inevitablemente a la aparición de un “ser humano aumentado”.
Nadie ignora que existen numerosas objeciones científicas contra la posibilidad misma de la “muerte de la muerte”, especialmente a causa de la utilidad de esta última desde un punto de vista darwiniano, y también porque el organismo es un todo de complejidad infinita, de modo que reparar sus partes una por una podría acarrear efectos perversos en cadena, que no sabemos si podremos controlar, Además, el cerebro humano es tan complejo que parece difícil ralentizar los procesos de senescencia que le amenazan inevitablemente con la edad. Todo esto es cierto, pero en principio, tal es al menos la convicción de los transhumanistas, no hay ninguna razón “racional” de fijar a priori unos límites absolutos a la investigación científica y, si juzgamos por los progresos realizados por la biología estos últimos tiempos, nada permite afirmar con seguridad que la investigación sobre el envejecimiento no vivirá avances similares en los decenios o los siglos venideros. En todo caso, no cabe duda de que se ha abierto un camino que será difícil volver a cerrar.
Por supuesto, esta posibilidad suscita incontables reacciones de hostilidad, primero por parte de las religiones, que podrían perder en gran medida su razón de ser, y también en otros aspectos demográficos, económicos, ecológicos, metafísicos, éticos, políticos.
7. El “solucionismo”.
El transhumanismo reivindica una fe en el progreso que se puede comparar con la que animaba a los filósofos y científicos de la Ilustración.
El humanismo de la Ilustración ya defendía el distanciamiento de la naturaleza, así que ¿por qué no seguir avanzando? ¿Por qué no ir hasta el final? ¿Qué puede haber peor, desde el punto de vista moral, que la selección darwiniana, la eliminación de los desviados y de los más débiles, como defendían los nazis? Por lo demás, está claro que la selección tiende a difuminarse en la civilización occidental moderna y que ello implica avanzar en el proyecto de que los seres humanos asuman el control de su propio material genético, si es que queremos evitar su deterioro irreversible.
En este contexto, no es de extrañar que los apasionados por las nuevas tecnologías, empezando por los grandes directivos de las multinacionales del sector, se hayan reconocido en este optimismo del progreso.
Esta convicción según la cual el progreso de las ciencias y de las técnicas podrá “resolver todos los problemas del mundo” es ahora tan fuerte en Silicon Valley que han acabado por darle un nombre, bautizarla como si se tratase de una auténtica doctrina filosófica: solucionismo, que designa esta fe tecnófila inquebrantable en las virtudes del progreso. ¿Cuáles son los problemas a los que este nuevo optimismo pretende aportar soluciones? A todas las dificultades que envenenan el planeta, sólo se trata de invertir todavía más en las nuevas tecnologías: los accidentes de carretera gracias al coche autónomo, el famoso “Google Car”, el cáncer gracias a la medicina personalizada que permitirán los grandes datos, pero también la obesidad, el insomnio, las epidemias, las catástrofes humanitarias, los accidentes de avión, la delincuencia, el terrorismo, el calentamiento climático, la contaminación, el tratamiento a domicilio de las personas dependientes, de edad avanzada o discapacitadas, al vejez y la muerte. Es decir TODO.
8. Un racionalismo materialista, determinista y ateo.
El transhumanismo es, pues, siguiendo la estela de este optimismo, un racionalismo absoluto, una imagen del mundo que generalmente s reivindica como determinista y ateo, que da prioridad , como en tiempos de la Ilustración, al espíritu crítico contra la f ciega, el autoritarismo y el dogmatismo vinculados a todas las formas de tradicionalismo y de argumentos de autoridad. “Ni Dios ni amo”: tal podría ser su divisa. En el lenguaje corriente, la palabra “materialismo” tiene mala prensa. En general, designa una visión del mundo carente de altura de miras, de ideal, una doctrina que favorece la vulgaridad, que solo se interesa por el dinero y los placeres mediocres.
En el sentido filosófico, el materialismo no tiene nada que ver con esto.
Define una actitud de pensamiento, una posición intelectual que consiste en postular que la vida del espíritu ha sido, a un tiempo, producida y determinada por una realidad más profunda que ella, justamente, más “material”, que en lo esencial se confunde con la naturaleza y la historia. Con la dimensión biológica de nuestra existencia y los elementos sociológicos que afectan a nuestro entorno social y familiar. Hablando claro: el materialismo defiende la opinión según la cual nos planteamos y asumimos libremente todas nuestras ideas, por ejemplo nuestras convicciones religiosas o políticas, pero también nuestros valores morales, nuestras opiniones estéticas y nuestras opciones culturales. En realidad, solo son productos inconscientes de realidades más profundas que nos determinan sin saberlo, los reflejos de nuestro entorno social o nuestra infraestructura neural que, muy materialmente, los condicionan plenamente. En otras palabras, para el materialista no hay autonomía real del pensamiento, nada que se parezca a algo así como una “trascendencia” de nuestras ideas con respecto a nuestro entorno biológico e histórico, sino una ilusión de autonomía.
El materialismo contemporáneo, que domina ampliamente la corriente transhumanista, se alimenta de las ciencias. Desde este punto de vista, en el mundo actual hay dos grandes materialismos: un materialismo histórico y sociológico, que tiene sus raíces en las ciencias humanas y pretende que estamos determinados por el contexto histórico, el medio social en el cual hemos sido educados, y un materialismo naturalista que piensa que puede llegar todavía más lejos que el primero, o al menos que lo puede completar afirmando que, en última instancia, nuestro código genético determina básicamente lo que somos. Este segundo materialismo no es contrario al primero, en el sentido de que puede otorgar también un peso considerable al entorno y a la educación. Simplemente, tiende a pensar que este peso, aunque crucial, es más o menos secundario con respecto al peso específico de la realidad biológica en nosotros. También por esta razón, en lugar de excluirse mutuamente, los dos grandes materialismos contemporáneos suelen ir unidos para llegar a la conclusión de que el ser humano no tiene una historia y un cuerpo, sino que es pura y simplemente esta historia y este cuerpo y nada más.
Esta convicción materialista es lo que permite a los transhumanistas del segundo tipo pensar que, dado que el cerebro es una máquina como cualquier otra, solo que más compleja, los ordenadores lograrán algún día pensar como nosotros, imitar o incluso experimentar nuestros sentimientos y nuestras emociones, pero con una potencia de cálculo añadida miles de veces superior a la nuestra, y también con una resistencia prácticamente infinita a los ultrajes del tiempo.
Para saber más bucear en Internet y como lectura amena el libro de Luc Ferry “La revolución transhumanista” de donde se ha extraído esta información.