En los años sesenta, cuando las televisiones se convirtieron en un elemento básico de los hogares, muchos comentaristas sociales empezaron a preocuparse por las influencias que se colaban en nuestras casas (una preocupación que no parece haber disminuido mucho desde entonces). Una serie de estudios que tuvo enorme influencia, conocidos como el experimento del muñeco Bobo, se marcó como objetivo abordar la cuestión de si los niños aprendían a ser agresivos al ver a otras personas comportándose así: ¿podían los programas de televisión violentos y agresivos volverlos más belicosos?
Los estudios fueron llevados a cabo por Albert Bandura. Bandura opinaba que la mayor parte del comportamiento era aprendido, más que estar causado por factores genéticos. Quiso demostrar que la agresividad podía ser adquirida y no solo estar provocada por factores de personalidad innatos. El muñeco Bobo, que da nombre al experimento, era un hinchable de aproximadamente 1,5 metros de altura, que estaba diseñado para regresar a una posición vertical cuando se le empujaba.
Bandura y sus colegas seleccionaron a niños de entre 3 y 6 años para participar en el experimento. Trataron de que no tuviesen aparentes rasgos agresivos, basándose en la opinión de sus profesores. Formaron tres grupos: un grupo de control, uno “agresivo” y uno “no agresivo”. A cada niño se le llevó individualmente a una habitación que contenía una serie de juguetes y un muñeco Bobo. En el grupo de control, simplemente se les dejó jugar. En el grupo agresivo, mientras el niño jugaba, un adulto interactuaba con el muñeco Bobo en una esquina, atacándolo con un martillo. Finalmente, en el grupo no agresivo, el adulto también estaba presente, pero jugaba tranquilamente con los juguetes.
Después se sometía al niño a una manipulación diseñada para inducir sentimientos de agresividad: se le mostraba unos juguetes maravillosos, pero se le decía que ese juguete estaban reservados para otros niños, así que no podía jugar con ellos. A continuación, se le llevaba a otra habitación que contenía varios juguetes, el muñeco Bobo y un martillo, y se le observaba. Como era de esperar, el niño que había visto al adulto atacando al muñeco, también se comportaba con agresividad.
Este experimento demostró que es probable que si un niño pequeño ve a un adulto comportarse con agresividad, copie esa conducta, quizás porque el adulto lo normalizar. Los estudios también cuestionaron la opinión, generalmente aceptada en esa época, de que las recompensas y los castigos fuesen la principal contribución al aprendizaje. Se cree que Bandura consiguió probar la relación que podría existir entre la violencia mostrada en la pantalla y el desarrollo de comportamientos violentos en la vida adulta. Sin embargo, los experimentos con el muñeco Bobo recibieron numerosas críticas que pusieron en duda las conclusiones extraídas.
Estas fueron algunas de las críticas:
*Como el muñeco se volvía a enderezar, los niños podrían haber entendido que pegarle era un juego y no un acto violento.
*Pegarle a un muñeco es algo muy diferente a pegarle a una persona real y una cosa puede no incitar a la otra.
*El escenario del estudio era un laboratorio y, por lo tanto, no podía extrapolarse a la vida real. Además, los niños que participaron en el estudio eran todos de la misma guardería, es decir, procedían de un entorno similar, lo que podría reducir la validez del experimento en términos de su generalización.
*No se realizaron estudios de seguimiento, así que no se sabe si los niños “agresivos” siguieron siéndolo en otras esferas de sus vidas o durante más tiempo que los “no agresivos”.
Por estos motivos, las preguntas que Bandura trató de responder siguen siendo objeto de un debate generalizado, y la influencia que los videojuegos violentos podrían ejercer en el desarrollo de los niños, por ejemplo, sigue sin poder cuantificarse.
(Dra Sandi Mann. La Biblia de la Psicología. Tú, este libro y la ciencia de la mente. Ediciones Gaia. Madrid. 2016)