En su Tratado de la naturaleza humana, David Hume fue quien dio por primera vez cuenta del abismo lógico existente entre hechos y normas, entre el orden fáctico y el orden normativo, que causa un problema en el ámbito de la metaética conocido como el problema del ser-deber ser, esto es, la imposibilidad de deducir válidamente un "deber" de un "ser".
El pensador escocés llega a la cuestión sobre las proposiciones normativas y descriptivas a partir de lo relativo al conocimiento que concluye el empirismo. Hume sostenía que el conocimiento procedía de la experiencia sensible, de unos sucesos que ocurren en un espacio-tiempo que se corresponde con el "aquí" y "ahora". Esto causa una imposibilidad de conocimiento sobre el futuro, lo que nos obliga a deducir los sucesos en base al conocimiento que tengamos del pasado. Por tanto, todas nuestras creencias son conocimiento basado en el hábito. Sabemos que el fuego quema puesto que hemos comprobado que cada vez que acercamos algo al fuego arde. Sin embargo, no existe nada que corrobore que eso volverá a ocurrir la próxima vez que decidamos acercar algo al fuego. Creemos eso porque lo hemos visto anteriormente y establecemos una relación de causa-efecto ficticia en relación a la costumbre de ver una sucesión en los hechos que no es en absoluto necesaria. Nuestra única fuente de conocimiento es, por tanto, el hábito.
A partir de la aceptación de las tesis del empirismo, surge el problema del ser-deber ser. Como hemos visto, tan solo podemos experimentar el presente, y que la idea que guardemos sobre lo que ocurre "aquí y ahora" se repita. Pero no podemos deducir que vaya a ocurrir nada necesariamente, ya que el principio de causa-efecto no es más que una ilusión creada por nuestra costumbre de ver los sucesos repetirse. No hay nada que implique una cosa y otra. Por tanto, pretender deducir algo que vaya a ocurrir de manera necesaria a partir de unos hechos anteriores es imposible, lo que hace del intento de deducción de una proposición normativa a partir de una proposición descriptiva una falacia, puesto que intentar esto nos conduciría a una regresión al infinito. Podemos tomar como ejemplo el siguiente argumento que dice:
Premisa 1. Todos los emperadores deben ser crueles.
Premisa 2. Nerón es un emperador
Conclusión. Nerón debe ser cruel.
La primera premisa de este argumento es un enunciado normativo, que nos indica cómo debe ser algo a priori de la experiencia, por lo tanto no tiene una justificación propia. Y al preguntarle a esta premisa por su explicación, se nos presenta otro argumento:
Premisa 1. Todos los líderes deben de ser crueles.
Premisa 2. Todos los emperadores son líderes.
Conclusión. Por tanto, todos los emperadores deben ser crueles.
Como podemos observar, la primera premisa de este argumento también es una proposición normativa que requería de otro argumento para justificarse. Vemos lo conflictivo de establecer un juicio por inducción a partir de la experiencia sensible que simplemente nos conduce a una regresión infinita y, por tanto, falaz.
(Olivia P. de Labra. VERITAS. Estudiantes de filosofía.)