Podemos decir que los fenómenos sociales deben ser interpretados más allá de su apariencia primera. No es fácil, por ejemplo, imputar las causas del terrorismo internacional a un solo factor, como tampoco se puede localizar a quién pertenece el poder real en este mundo globalizado o si los desequilibrios económicos en un Estado dependen de la gestión política interna más que de factores coyunturales mundiales. En definitiva, la cuestión que ahora nos interesa es si es posible una comprensión del ser humano en sociedad teniendo en cuenta que ésta se nos muestra como un cúmulo apenas contenido de conflictos y problemas a todos los niveles: interpersonales, grupales, comarcales, nacionales, mundiales…
1. Los grupos sociales.
Un grupo social es una pluralidad de personas en interacción mutua relativamente duradera que mantiene un tipo de relación distinguible de otros grupos. El grupo social básico es la familia, considerada como la unidad mínima de grupo que mantiene, además de relaciones de interdependencia y cooperación, unas relaciones afectivas y económicas. Pero también son grupos una empresa, una asociación, un grupo de amigas, un partido político, etc.
En el grupo social hay que distinguir la posición social o lugar que cada individuo ocupa dentro del grupo según el nivel de poder, prestigio o riqueza que ostenta. Esta posición viene definida por dos conceptos que son como las dos caras de la misma moneda y que, en algunos puntos, se pueden confundir:
*El rol o papel social es el conjunto coherente de actividades normativamente efectuadas por un sujeto. El rol de profesor, por ejemplo, es el conjunto coherente de actividades, de acciones, que correspondería a eso que llamamos el ejercicio de esa profesión. El rol de madre sería simplemente lo que se llama “hacer de madre”. Los roles no son únicos para cada individuo: todos desempeñamos una serie de roles que son, en principio, compatibles. Podemos jugar a la vez el rol de hija (y comportarnos ante nuestros padres como se espera que lo haga una hija), de capitana del equipo de baloncesto, de fan de un grupo musical, etc. (en determinados casos hay roles incompatibles: por ejemplo, para un católico, los roles de sacerdote y de marido).
*El estatus es el conjunto de las expectativas recíprocas de conducta entre dos o más personas, derivadas de los derechos y deberes que se les suponen por su pertenencia a determinado grupo social. Un juez espera en sus relaciones profesionales un tipo de conducta deferente (las debidas a su estatus) por parte de sus subordinados, de los abogados y fiscales o de las personas a las que tiene que juzgar. El estatus se halla en estrecha relación con las estructuras de poder y jerarquía existentes dentro de los grupos. A veces se confunde con el prestigio porque pueden coincidir en un individuo. Pero no son lo mismo. Por ejemplo, si el juez anterior no ejerce correctamente como tal, perderá prestigio entre sus colegas, pero mantendrá su estatus en sus relaciones profesionales.
Simplificando, el estatus representa la imagen social que se tiene de la persona que lo posee; el rol sería el aspecto dinámico de esa posición, la acción social que el sujeto desempeña.
2. Estratificación social.
No es difícil percatarse de que en la sociedad existen desigualdades patentes entre grupos sociales. Aunque, evidentemente, algunas son naturales, forjadas genéticamente, estas diferencias no deberían explicar forzosamente las desigualdades que encontramos a nivel social. ¿Por qué hay personas que tienen más riqueza, mayor prestigio o un gran poder, mientras que hay otras que están sometidas, están desprestigiadas o no cuentan con suficientes recursos para sobrevivir? Existe una tendencia generalizada a responder que estas desigualdades existan de forma natural o innata, que quien es pobre lo es porque no trabaja suficientemente, quien tiene prestigio es porque lo merece y quien ejerce el poder tiene todo el derecho a hacerlo. Además, para acabar de reforzar esta fundamentación naturalista de las desigualdades sociales, se suele añadir otro argumento: la desigualdad incentiva la lucha y la competencia por conseguir la mejora en las condiciones de vida, y la competición aumenta la eficacia en los negocios y en la política.
Evidentemente, estas fundamentaciones son muy cuestionables ya que se apoyan, bien en la tradición (“siempre ha sido así”), bien en las ideologías o en las creencias religiosas, bien en esa concepción del mundo que ofrecen los medios de comunicación que recrea la sociedad en clases y la hace aparecer como el mejor de los mundos posibles.
Entendemos por estratificación social la institucionalización o el reconocimiento social de las desigualdades (independientemente de su grado de aceptación) que da lugar a la formalización de grupos sociales, diferenciados verticalmente, según criterios establecidos de riqueza, prestigio y poder. Los diferentes criterios dan lugar a distintas estratificaciones:
a) La clase social, en las sociedades occidentales (también llamada estrato social, por huir de la denominación marxista del término), se puede definir como un grupo social separado de otros grupos según los niveles de riqueza, prestigio y poder. El criterio principal para distinguir una clase de otra es el de la distribución de los bienes materiales; pero también los miembros de una misma clase social comparten unos estilos de vida similares, y mantienen unas creencias y valores homogéneos. Se afirma que en la sociedad occidental, de la que formamos parte, cabe la posibilidad real de movilidad, es decir, de cambiar de una clase a otra por méritos propios (intelectuales, artísticos o de trabajo) o por circunstancias económicas. Sin embargo, según se desprende de diferentes estudios, a la hora de la verdad, esta posibilidad se queda solo en posibilidad. La gran mayoría de individuos se mantienen en la clase social en la que han nacido.
b) Los estamentos, propios de la Edad Media, eran los grupos sociales separados ya no en función de su riqueza, sino en función de su nacimiento. Los tres estamentos eran la nobleza, el clero y el campesinado, y no había posibilidad de movilidad do cambio de un estamento a otro.
c) El sistema de castas en la India divide la población, también desde el nacimiento, según unas funciones u ocupaciones rígidamente delimitadas, que si bien contribuyen al equilibrio del sistema también requieren de un intrincadísimo sistema de relaciones para que no haya ningún contacto o contaminación entre las castas superiores y las inferiores.
d) Además, encontramos algunos sistemas de estratificación social en África basados, no en la riqueza, ni en el prestigio de la función social sino en el poder, donde se requiere un gran gasto de energía al hacer cálculos y estrategias para no perderlo o, al menos, no perder el favor de los poderosos.
e) Por último, hay también algunas sociedades sin clases. Son sociedades con economía de subsistencia que necesitan de toda la población para hacer los mismos trabajos y que, como mucho, hacen una diferenciación entre las tareas femeninas y masculinas.
En definitiva, los diferentes sistemas de estratificación social se basan en una desigualdad identificable entre los diferentes grupos sociales.
3. Cambios social.
Aunque la sociedad, considerada como sistema, tiende a permanecer en equilibrio, sin embargo es dinámica. Esto significa que cambia a pesar de las tendencias en contra. Los cambios pueden ser estructurales (cambios “anatómicos”, importantes, de las organizaciones más estables de una sociedad, como la ordenación jurídica y política, la ideología, las formas económicas…) o funcionales (cambios en la función de determinadas instituciones sociales que influyen en el todo social), pueden ser moderados o radicales, pueden ser lentos (evolución) o rápidos (revolución), violentos o pacíficos. Frente a las perturbaciones el sistema tiende a preservar el equilibrio. Pero si el equilibrio se rompe definitivamente, entonces se produce una modificación que puede afectar a todo o a parte del sistema, que de nuevo tratará de readaptarse a las nuevas estructuras para recuperar un nuevo equilibrio. Así, podemos definir el cambio social como la transformación observable en el tiempo que afecta de manera no provisional a la estructura de una sociedad, modificando el curso de su historia.
El estudio de los cambios sociales se inició sobre todo a raíz de las dos revoluciones modernas más importantes: la Revolución francesa y la Revolución industrial. Ambas promovieron tal cantidad de cambios en las estructuras económicas, sociales y culturales que algunos autores pensaron que, bajo los diferentes fenómenos, debía actuar una misma ley explicativa del cambio: un cúmulo de factores desencadenantes o causas necesarias, así como un conjunto de manifestaciones empíricas universalizables. Por ejemplo, Émile Durkheim pensaba que el factor más importante para promover una transformación social es el aumento de la densidad demográfica, mientras que Lewis Mumford hablaba de los diferentes grados en la evolución tecnológica. Max Weber dio más importancia a factores de tipo cultural ligados a la religión y habló de la ética del protestantismo como promotora del espíritu capitalista.
En la actualidad hay síntomas que nos pueden indicar que estamos inmersos en un gran cambio social llamado “globalización” que afecta tanto a la economía, como a la cultura, como al equilibrio de la biosfera. Pero las causas dependen de muchos y muy variados factores (económicos y tecnológicos) y los efectos, aunque tienen aspectos positivos (internalización del derecho, multiculturalidad, intercambio de información), hacen patentes aspectos muy negativos (efectos ambientales, culturales, sociales, políticos y morales: graves desequilibrios económicos, terrorismo internacional acumulación de poder en manos no legitimadas democráticamente…)
4. Conflicto social.
A principios del siglo XX se abandona la búsqueda de un factor determinante explicativo del cambio social ya sea cultural, tecnológico, económico o político. La preocupación empezó a centrarse más en el estudio del conflicto social, con la pretensión de determinar su influencia como motor de los cambios sociales y, por tanto, como motor de la historia. En este sentido, el conflicto es abordado como un aspecto básico del cambio social.
El estudio de los conflictos sociales es muy importante porque responde a la preocupación por el orden y la integración de los individuos en la sociedad. En este estudio ha predominado dos perspectivas: la iniciada por Rousseau, que considera la sociedad como una resultante del consenso, es decir, de la armonización de los diversos intereses parciales; y la perspectiva de Hobbes, que concibe la sociedad en un cambio constante y en una discordia perenne, y que solo puede integrar a los individuos a base de coacciones impuestas. Estas dos concepciones han funcionado como arquetipos de referencia para teorías sociales diferentes.
Por ejemplo, uno de los enfoques teóricos de la sociología denominado funcionalismo defiende que, para comprenderé el funcionamiento de las instituciones de una sociedad y explicar el comportamiento de sus miembros, es necesario estudiar toda la sociedad en su conjunto (al igual que, si queremos comprender bien el funcionamiento del corazón en un ser vivo, deberemos mostrar la manera como se interrelaciona con el resto de órganos y el significado de su funcionamiento en la totalidad del organismo). Esta corriente sociológica defendería una concepción de la sociedad basada en el consenso: toda manifestación cultural, toda institución o tradición se explicaría como una contribución al mantenimiento de la cohesión social. Cualquier elemento social sobre todo en la medida en que la sociedad se hace más compleja y se especializa en diferentes funciones, no hace más que contribuir a un equilibrio entre las diferentes partes, cada vez más vinculadas por una estrecha relación mutua. ¿Qué significado tienen entonces los conflictos dentro de esta concepción? El conflicto permite resolver diferencias y tiene el objetivo de alcanzar un nuevo modelo de integración social de manera que, si no es muy grave, incluso es un acontecimiento terapéutico para la sociedad. Es por ello que, en la mayor parte de los casos, los conflictos solo suponen reajustes de las estructuras sociales, adaptaciones al todo social.
El otro enfoque, el iniciado por el marxismo, está basado en la discordia, y defiende que el conflicto es inherente al funcionamiento de la sociedad, que solo la contradicción perenne que existe en el cuerpo social da paso al cambio social. En unos casos se hablará de contradicciones materiales entre las clases sociales, pero también son importantes otros elementos de discordia como la distribución del poder. En todo caso, la importancia de esta posición es que entiende el conflicto como la fuerza que subyace al cambio social y da razón de algunos fenómenos que una teoría del consenso no puede explicar.
Los tipos de conflicto son difíciles de conceptualizar, porque se presentan de múltiples formas y afectan a un número heterogéneo de grupos sociales. Pueden darse a diferentes niveles: a nivel interpersonal, dentro de un grupo social, entre dos o más clases sociales, a nivel local, a nivel nacional y/o estatal, a nivel internacional o mundial. En general, cuando la agresividad humana no puede ser canalizada mediante la misma estructura social o las mismas convenciones sociales, surge el conflicto. Este pasa a ser conflicto social cuando trasciende la barrera individual y proviene de la misma estructura de la sociedad. El sociólogo Lewis Coser define el conflicto social como “la lucha por los valores y por el estatus, el poder y los recursos escasos, en el curso de la que los oponentes desean neutralizar, dañar o eliminar sus rivales”
El conflicto social, en general, puede aparecer de dos formas:
a) Tensión existente entre dos o más fuerzas de una intensidad semejante en la lucha por la consecución de un mismo objetivo. Por ejemplo, cuando Iglesia y Estado luchan por conseguir las mismas parcelas de influencia sobre la ciudadanía o cuando trabajadores y patronal luchan por cuestiones económicas.
b) Tensión generada en un sistema cuando hay una intensidad de fuerzas semejante por conseguir objetivos incompatibles entre sí. Por ejemplo, cuando en una población hay diferencias con respecto a la oportunidad de construir una urbanización o hacer una declaración de parque natural en una determinada zona o cuando un grupo social cuestiona activamente valores, instituciones, formas económicas y estilos de vida vigentes.
En todo caso, conviene tener presente que el conflicto, cuando se generaliza, es decir, cuando afecta a toda una sociedad, puede dar lugar a transformaciones o cambios sociales más o menos traumáticos (una guerra puede comportar la desestabilización de todas las estructuras socioeconómicas) o más o menos pacíficos (por ejemplo, el paso de una dictadura a una democracia, como fue el caso de la transición democrática española o el caso de la revolución de los claveles en Portugal).
5. La gestión del conflicto.
La manera como se aborda la gestión y solución de los conflictos depende de en cuál de las dos perspectivas anteriores nos situemos, esto es, de si se considera que la sociedad tiende a mantenerse estable a base de consensos básicos o si se piensa que la sociedad necesita el conflicto como parte de su normalidad. Así, en la evolución de las formas de abordar los conflictos podemos distinguir tres posiciones:
a) El enfoque tradicional es el que normalmente tenemos todos, el que afirma que todo conflicto es negativo y comporta irracionalidad, violencia y destrucción. Existe la convicción de que la causa de todo conflicto está en la falta de comunicación y de confianza entre las partes, y por eso se defiende que la forma de abordar los conflictos es facilitar un canal apropiado para el intercambio de ideas.
b) El enfoque de relaciones humanas. En esta posición ya no se piensa que el conflicto es siempre negativo, ya que forma parte del proceso natural de las relaciones humanas. Desde esta perspectiva, el conflicto es algo inevitable en la sociedad y aceptarlo como tal implica una mejora en su gestión y solución.
c) El enfoque interactivo. Esta postura no solamente acepta el conflicto como natural, sino que, además, justicia que en algunos momentos sea necesario fomentarlo. Se argumenta que las situaciones de tensión favorecen las respuestas creativas, la innovación y el crecimiento, frente a la apatía y las soluciones torpes de los ambientes estáticos o demasiado cooperativos, más inmovilistas y poco dispuestos al cambio.
No importa si el conflicto es aceptado como parte de la dinámica social o si se entiende como una enfermedad social; la cuestión es que el conflicto está siempre presente. Y ante esta situación se proponen modelos teóricos de resolución que van desde los modelos psicológicos, útiles a nivel familiar, hasta los modelos diplomáticos, pasando por toda una variedad de modelos de mediación; escolar, en la empresa, mediación entre agentes sociales y administración, etc.
(AA.VV. Filosofía y Ciudadanía. Cuaderno II El ser humano: persona y sociedad. Editorial Diálogo. Valencia. 2008)