Eva, 23 años: “Tengo mucho miedo a sentirme sola”
Socialmente se considera que el problema de los malos tratos solo existe en familias desestructuradas, con problemas de alcoholismo o drogadicción, en las clases económicamente más desfavorecidas o entre personas mayores. Nada más lejos de la realidad. Según el estudio realizado por ocho personas expertas de la Universidad Complutense de Madrid sobre un grupo de jóvenes de entre 14 y 18 años y presentado en julio de 2001, un 12% de los y las adolescentes piensa que si una mujer es maltratada por su pareja “algo habrá hecho para provocarlo”. De igual manera, el 23% de estos jóvenes consideraba justificado que las mujeres cobren menos que los hombres en el mismo puesto de trabajo, incluso aseguraban que las mujeres solo deberían trabajar fuera de casa si pueden a la vez encargarse de la familia y el hogar.
De las respuestas de los adolescentes se desprende además que entre un 10% y un 15 % responsabiliza en parte a las víctimas de la violencia. El maltrato, como demuestra el testimonio de las mujeres que lo sufren, no tiene ninguna frontera. Los malos tratos que ha sufrido Isabel son demasiado parecidos a los que han vivido Eva- 23 años- o Rebeca-18 años-. Diferentes generaciones, idéntica ideología.
Isabel es la mayor y Eva una de las muchachas más jóvenes de esta casa de acogida. Durante 24 horas, el triste honor de ser la menor lo tuvo Rebeca, con 18 años y un bebé de ocho meses. A Rebeca la trasladaron a un centro para madres jóvenes, que pensaban era más adecuado para ella y además la alejaban de su marido, que estaba ya rondando la casa y montando follón para que volviera a su lado.
Eva tiene 23 años y poca madurez. Es fuerte y está armada de voluntad, pero evidencia carencias afectivas muy serias. Eva es la viva imagen del miedo a la soledad y de la necesidad de sentirse querida con un hombre al lado. Pertenece a la generación de mujeres que se saben personas con derechos y con independencia, pero a su edad, ya se ha creído todos los mitos tradicionales sobre la pareja. Apenas ha salido de la relación que casi le cuesta la vida y ya, desde la casa de acogida, se ve con otro muchacho.
“Me eché un novio, me chuleaba bastante, me dejaba muchas veces plantada, se iba con los colegas…hasta que un día lo dejamos. Pero yo no tenía amigas, porque ya me había apartado él de todas. En esa época, conocí otro chaval. Me gustaba mucho y empezamos a salir juntos. Me quedé embarazada. Pero cuando mi novio vio que estaba con el otro, no me dejaba en paz. Se metió por medio, todo el día llorando, pidiéndome perdón ¡hasta de rodillas! Yo, como ya había estado tanto tiempo con él, pues volví y aborté porque mi madre me dijo que embarazada no me quería en casa. Yo tenía 19 años y estaba tomando la píldora, pero se me olvidó.
“Así que volví con mi novio, y con dolor dejé al otro chico. Estaba muy confundida, pero él era mi novio de siempre. Las cosas se complicaron con mi madre. Mis padres estaban separados y ella vivía sola. Lo del aborto fue una brecha entre nosotras y terminó echándome a la calle con 19 años. Estuve un mes y medio durmiendo con una amiga y decidí irme a vivir un tiempo con una tía mía, con la que me llevaba muy bien”.
“Ahí me quedé embarazada de mi niña, mi suegra me decía que abortara pero yo no quería volver a abortar. Lo que hice fue trabajar como una loca para ahorrar algo de dinero para poder alquilar un piso. Me quedé embarazada mientras estaba trabajando en el campo, en la venta de mi tía. Ya tenía 20 años. Durante el embarazo, mi novio y yo alquilamos una casita para ir a vivir juntos. Pero antes del embarazo, yo ya le notaba a él muy distante. Yo iba toda ilusionada, pero a él no le veía con ilusión”.
“Y cuando tuve a la niña, me vi muy sola en el hospital. Mi novio iba una hora, mirando el reloj y diciendo que se tenía que ir. A mí eso me dolía mucho. Nos fuimos a la casa de alquiler, una casa muy antigua y muy vieja, pero yo embarazada y todo, la pinté, la dejé muy blanquita y le puse sus adornitos, sus cenefitas en las paredes. Yo lo que quería era que estuviésemos juntos, con la niña, aunque fuese una casa muy humilde. Pero empezaron los problemas porque él se vio con mucha responsabilidad encima y, además, él quería que yo fuese la madre perfecta y a mí nadie me ha enseñado nada”.
“Todo el día me insultaba, que si era una inútil, que si era anormal, que si no sabía hacer nada…Él se buscaba la vida y hacía sus chanchullos, pero venía de trabajar, comía y salía disparado, no se quedaba ni una tarde con su hija y conmigo. Me echaba en cara que yo no trabajaba, pero después, él no me dejaba. A mí me salió trabajo de camarera en un bar y no me dejó. Incluso otro, al lado de mi casa, en un horno, y tampoco me dejó porque decía que quien se iba a quedar con la niña”.
El novio de Eva tiene 24 años, pero mientras cuenta lo que ocurría en su casa, es inevitable no recordar las experiencias de Isabel y su marido, a pesar de que Isabel podría ser la abuela de Eva.
“Él venía de trabajar y le ponía un potaje y me decía que venía muy acalorado, que no tenía ganas de potaje. Si al día siguiente le ponía una hamburguesa, con sus patatas y sus pimientitos, me decía que eso no era comida para un trabajador. Me cogía el plato y me decía: “Mira lo que hago con tu comida”, y la tiraba a la basura. Él me ha dicho puta, me ha dicho zorra, me ha dicho de todo. Todo tipo de insultos.”.
“Él siempre quería salir a la calle solo, y yo le decía: “¿Qué pasa, que yo tengo que estar aquí encerrada de lunes a domingo? ¿Ni siquiera en fin de semana nos podemos dar un paseo con la niña? Entonces me decía: “Pues sal tú”. Pero yo no podía salir porque después me preguntaba dónde había estado, dónde me había ido, y teníamos bronca”.
“Él me empujaba, me tiraba a la cama y luego ya nos pegábamos los dos porque él me pegaba, pero yo no me quedaba arrinconada. Me defendía como podía, pero él tenía más fuerza y no respetaba ni que yo tuviera a mi hija en brazos. La última bronca fue un día que me puso un cuchillo en la barriga y me amenazó diciéndome que me mataba. Antes ya me había cogido tres veces por el cuello para asfixiarme, pero la última me las vi ya negras”.
“El cuchillo fue la gota que colmó el vaso. Yo estaba muerta de miedo y cuando vi a mi hija, llorando en el carrito, y yo en el suelo, con su padre pegándome y amenazándome de muerte, ya me di cuenta de que por muy chiquitita que sea, ella ya se comienza a dar cuenta de la violencia y las palizas. Porque la niña se ponía a llorar muy nerviosa. Y mi hija no va a tener un trauma por culpa del mamonazo este”
“Yo cogí, llamé a la Policía y pensé: “Que sea lo que Dios quiera”, y me dejé guiar. Así se lo dije al policía:” Hacer lo que tengáis que hacer, porque como yo tenga que decidir qué hago, no voy a salir nunca de casa”. Yo ya había ido varias veces a denunciarlo, pero él me amenazaba porque yo no tenía ningún sitio donde irme y yo no quería venir a una casa de acogida. Yo me creía que esto era como un orfanato, un sitio horrible. Yo iba a poner denuncias y a que me asesoraran y eran los propios policías los que me decían que si no tenía sitio adonde ir, mejor no lo denunciara”.
“El miedo a la casa de acogida era la idea del orfanato. Yo lo que no quería, lo que no quiero, es sentirme sola. Tengo mucho miedo a sentirme sola. He estado sola siempre. Yo he sido hija única y nunca he contado con mis padres, con ninguno de los dos. Yo lo que quería era alguien que me apoyara, que me diera ánimos. Pero ahora lo que tengo es miedo, porque cuando más tranquila esté, más descuidada, me va a pegar un navajazo que me dejará en el sitio. Yo sí sé que es capaz. Cuando tú has convivido con una persona, sabes hasta dónde puede llegar y adónde no. Y yo sé que él es capaz de matarme. Yo lo que quiero es tener un techo mío para que a mi niña no la eche nadie a la calle”.
Primeros noviazgos violentos.
Marta tiene 19 años. Comenzó una relación de noviazgo cuando tenía 14 con un chico cuatro años mayor que ella. Sus padres se oponían a la relación así que “nos pasábamos el tiempo escondidos, en casa de su abuelo que estaba vacía- va explicando Marta, poco a poco-. A los 15 años me violó y desde entonces mantuvimos relaciones sexuales que yo no quería hasta que cumplí los 18”.
Su novio le partió la cara por primera vez cuando Marta tenía 16 años: “Quería ir un mes a Irlanda a estudiar inglés, se lo dije y me rompió el labio, la ceja y me reventó la cara. Lo denuncié, yo era menor. Llamé a mi padre, me llevó a la policía, al hospital. Le condenaron a un año de cárcel, 610 euros de multa y dos años de alejamiento. Ninguna de las tres cosas se cumplió. Cuando acabó el verano y comenzó el curso de nuevo me volvió a perseguir, a amenazar. Yo tenía mucho miedo, no sabía qué hacer con él y mis padres no sabían qué hacer conmigo. En la época del alejamiento sufrí dos agresiones más. La primera, en la boda de mi primo porque no fui a enseñarle el vestido. La segunda, cuando aprobé la selectividad porque fui a celebrarlo con mis compañeros de clase. Cuando por fin una vecina me habló del centro de Recuperación Integral, tuve una entrevista con las responsables y determinaron mi ingreso de inmediato. Me adjudicaron un abogado de oficio al que conocí diez minutos antes de comenzar mi declaración en el juzgado y me recomendó que no dijera lo de las violaciones porque el muchacho era muy joven, esa era una acusación muy seria y le podían caer entre 8 y 9 años de cárcel. ¿Y yo no era muy joven para sufrirlas?, me pregunto”.
En el sistema de seguimiento integral en los casos de violencia de género (VioGén), dependiente de la Secretaría de Estado de Seguridad del Ministerio del Interior, con fecha de 31 de mayo de 2017, están registradas 1.705 víctimas menores de edad, muchachas entre 14 y 17 años. El VioGén realiza seguimiento y protección a las víctimas en todo el territorio nacional atendiendo al nivel de riesgo. De total de las víctimas menores de edad, permanecen activos 798 casos, es decir, 798 menores viven con protección, de ellas, 2 se considera que están en riesgo extremo, 5 en riesgo alto y 69 en riesgo medio. Estos datos tienen otra lectura. En la España de 2017, hay 798 hombres jóvenes que están maltratando a sus parejas menores de edad, algunos, hasta el extremo de temer por la vida de ellas.
Las manifestaciones más habituales de la violencia en las relaciones de noviazgo entre menores de edad son la violencia psicológica (especialmente el control) y la violencia sexual. En la Macroencuesta de 2015, quedó reflejado que el 21,1% de las mujeres jóvenes de 16 a 24 años afirman que han sufrido violencia psicológica de control en los últimos 12 meses, cifra superior a la sufrida por el total e mujeres de cualquier edad (9,6%). Si se analiza la violencia psicológica de control por grupos de 5 años de edad, se observa que entre las jóvenes de 16 a 19 años su incidencia asciende al 25% de las que han tenido pareja en alguna ocasión, posteriormente va disminuyendo según aumenta la edad: 19,2% para las mujeres de 20 a 24 años, 14,2% en la franja de 25-29 años, 10,1% en la franja de 30-34, etc. Es decir, son las mujeres más jóvenes las que paradójicamente más control sufren en sus relaciones de pareja. A pesar de ello, si para una mujer adulta es difícil reconocerse víctima de violencia de género, aún más lo es para las adolescentes y menores de edad.
Alba, de hecho, aún no se cree que es una mujer maltratada. Ha sido cooperante, ha trabajado en Colombia como responsable de todos los centros de atención primaria y brigadas en la selva dependientes de uno de los hospitales públicos, pero tuvo que salir corriendo de la casa que compartía con su novio para evitar que este la matase. Llegó a la casa de acogida con sui mochila y su bici y aún hoy, tres mese después, pregunta lo mismo que el primer día, “¿tengo un problema?”, incapaz de creerse que no esté ya recuperada y lista para volver a recorrer el mundo.
Aguanta encerrada porque lo ha pasado tan mal que no se quiere ir antes de “aprender a detectar a los maltratadores”. Le da miedo no poder ser capaz de volver a confiar en un hombre, pero en la misma proporción, teme volver a entablar una relación con un maltratador. Alba aún tiene rabia “él está ahí, tan tranquilo. No me apetece que se lo vuelva a hacer a nadie. ¿A cuántas más maltratará?”, se pregunta constantemente.
“Nada más terminar la carrera, comencé a trabajar en Sanitas, en Urgencias, y, al mismo tiempo, comencé a prepararme como experta en Urgencias y Emergencias, para trabajar en las ambulancias. Tuve una pareja durante tres años y me quedé embarazada. Tuve que abortar. Nadie lo sabe. Hasta ese momento, yo estaba en contra del aborto, pero me vi sola, mi pareja me dejó, y no se lo quería contar a mis padres porque mi madre era la típica que me castigaba si no iba a misa así que aborté y con ese aborto se acabó también esa pareja”.
“Luego tuve algunas relaciones, pero ninguna buena, uno me pegó un puñetazo, otro me decía a todas horas que yo era mala, fueron relaciones cortas pero ninguna sana. A mí no me atraen los chicos malos, todo lo contrario, lo que yo busco es que sean buenas personas, pero hasta ahora no ha sido así”.
“Mi mejor amiga estaba en Grecia haciendo un voluntariado europeo y fui a visitarla. Estaba trabajando y estudiando, tenía mis ahorros, así que me fui a Grecia y conocí al chico que me ha traído hasta este centro. Fue la típica tontería romántica. Nada más llegar, en la parada del autobús aparece un coche con un chico que me mira y luego vuelve a pasar. Y cuando vamos a la taberna por la noche, estaba el chico este, y le dice a mi amiga que ya me había visto. A todo eso, yo no tenía ni idea de griego y el muchacho, así a primera vista, no me gustaba nada, pero nos seguimos viendo y hasta hoy. Estuve 25 días allí. Le vi todos los días. Él tenía una caravana y para mí que me gusta tanto la naturaleza, fue todo superbonito. Tanto que antes de regresar, le dije que por qué no se venía conmigo a España, y lo hizo. Vinimos a Madrid, era el mes de agosto y estuvo aquí 10 días. Alquilamos un coche, me lo llevé a Galicia, acampamos. Todo superbonito, aunque ya entonces tenía cosas, sobre todo cuando bebía, que no me gustaban mucho.
Pero como teníamos como barrera el idioma, yo todo lo explicaba por eso, pensaba que nuestras diferencias eran por culpa del idioma”.
El relato de la joven Alba, una mujer viajera e independiente, sin embargo, no se diferencia nada de los relatos de mujeres con mucha más edad: atrapada por el mito del amor romántico, elegida por un chico con el que comienza una relación sin reflexión y sin un pacto previo, justificación de las primeras demostraciones de violencia…Alba inicio su relación sin ningún tipos de educación afectivo-sexual ni prevención en violencia de género, con total desconocimiento de cómo protegerse frente a la violencia psicológica. Sin embargo, Alba pertenece a la generación que socialmente se cree que “ha sido educada en igualdad”. Su relato evidencia que dicha afirmación solo es una frase para acallar conciencias como aseguran las personas expertas en violencia en parejas jóvenes como sociedad hemos practicado una absoluta dejación educativa, tanto en las aulas como en las familias respecto a la igualdad y la prevención de la violencia de género.
“Antes de irse- continúa Alba-, él me dijo que estaría bien que en septiembre nos volviésemos a ver. Sin embargo, ya nunca volvió a España, pero yo he ido y vuelto muchas veces. Yo iba. Volvía a España, hacía como que buscaba trabajo y regresaba con él a Grecia. Entremedias me independicé, no tenía trabajo, pero como yo soy muy ahorradora, me independicé, me fui a vivir a un piso con otras amigas”
“Lo que no podía disimular el idioma era que él era muy celoso, muy celoso. Yo a todo decía “no pasa nada, todo se puede solucionar, no pasa nada”. Ya en los primeros meses se metía conmigo, yo estaba confusa y me sentía fatal. Lloraba…y al día siguiente, él no se acordaba de nada. A todo esto, yo acabé aprendiendo griego. Fui yo la que me puse a estudiar su idioma”.
De todos los mitos del amor romántico (la media naranja, la exclusividad, el libre albedrío, el matrimonio o la pasión eterna, por nombrar algunos a modo de ejemplo), quizás el de la omnipotencia, la idea de que el amor lo puede todo, sea el más peligroso como caldo de cultivo de las relaciones violentas, Como recuerda Alba, dentro del paraguas del amor romántico “no pasa nada”. Aunque su novio sea celoso, controlador o incluso violento; aunque su novio la haga sentir mal y la maltrate verbalmente, “no pasa nada, si hay amor todo se puede superar”, dice el mito, y mujeres muy jóvenes como Alba se lo creen completamente.
“Yo iba y venía, iba y venía, no sabía qué hacer, tampoco me iba a ir a vivir con él, así como con locura. Entremedias, él se comenzó a montar una taberna y yo le ayudaba, pero parecía que nunca confiaba en mí a pesar de que le hice un montón de cosas y quedo superbonita gracias a mí, por cuatro euros. Pero todo eran discusiones”.
“La parte buena es que me llevaba a conocer sitios, me invitaba a cenar, me cocinaba, no sé, yo interpretaba eso como que me quería mucho. Incluso yo le veía muy trabajador, aunque luego me di cuenta de que no lo era.”
“Yo soy extrovertida pero no soy nada tocona con los chicos ni nada de eso. Una noche, estábamos tomando una cerveza y hablando con un grupo de amigos y me sacó a rastras diciéndome que cómo le hacía eso, que qué falta de respeto, ponerme a hablar con hombres”.
“Entremedias de idas y vueltas, me escribe una monja con la que yo había trabajado en Guinea Ecuatorial y me dice que ahora estaba en Colombia y me invitaba a ir allí con ellos a trabajar. Me gustó mucho la propuesta, me ilusioné; así que comencé a arreglarlo todo para irme. Él me dice que cómo me voy a ir a Colombia, no le gustaba nada la idea, pero a los pocos días rectificó y me dijo que, si era lo que yo quería, que estaba bien. Mientras preparaba los papeles iba y volvía a Grecia, pasaban cosas y yo regresaba a España. Ahí pasaban cosas, por ejemplo, con mi amiga Pilar, que era mi mejor amiga de toda la vida. Él la criticaba mucho. La llamaba puta. Un día, decidimos que nos íbamos a la ciudad (donde vivíamos era un pueblo de 150 habitantes…en la montaña, no había ni autobuses ni nada para llegar a la ciudad). Y decidimos irnos las chicas solas. No le hizo ninguna gracia, Me dijo que, si pasaba algo, que él no me iría a buscar. Pero fue justo lo contrario, me llamó, le dije dónde estaba y se presentó ahí. Pasé mucha vergüenza. Comenzó a llamarme puta delante de todo el mundo. Yo le contaba todo. Él me había llamado y yo le había dicho dónde estaba, pero al final, esa noche, terminé dejando a mi amiga y yéndome con él en el coche. Al día siguiente, otra vez, como que no se acordaba de nada y me decía, “¿qué hago para arreglarlo?”. Yo decía, “¿te lo voy a decir yo? Piensa tú qué haces para arreglarlo”. Esa noche ya me comencé a distanciar de mi amiga Pilar”.
Una de las características que diferencian la violencia entre parejas jóvenes es, según el psicólogo y experto en recuperación de víctimas menores de edad, Juan Ignacio Paz, la velocidad con la que se desarrolla el ciclo de la violencia. Como en el caso de Alba, el control, el aislamiento de las personas queridas y las primeras manifestaciones de violencia verbal y sexual se dan en los primeros meses de la relación. La violencia psicológica es la dominante en este tipo de relaciones en las que la pareja no convive y, sin embargo, las jóvenes no consiguen romper de manera definitiva cuando paradójicamente, son muy frecuentes las rupturas y las reconciliaciones, a veces, casi cada fin de semana. “Van y vienen continuamente- señala Paz- pero no las sueltan; el control, el aislamiento, son muy potentes. Esas características también tienen como consecuencia que nos encontramos a muchas víctimas del mismo maltratador”.
Alba recuerda cómo fue su viaje a Colombia: “El día que me voy, no deja de llamarme. Fíjate, esa noche ni salí de fiesta, recién llegada al país porque me sentía mal por él. ¡Me siento tan gilipollas! Me había alojado en casa de un amigo de toda la vida, y me quedé en casa durmiendo. Cuando despierto, le cojo el teléfono y me dice que se ha acabado la relación, por teléfono. Tenía que coger tres aviones más hasta llegar al pueblo donde iba a ir a trabajar. Me quedé hecha polvo pero antes de llegar al pueblo, me llama y me dice llorando que lo siente, que se siente mal. Ahí estaba yo, a miles de kilómetros y él continuamente dejando la relación y arrepintiéndose. No sé cuántas veces lo hizo. Cada vez que se arrepentía que decía que podía cambiar. Pero lo hizo fue ir a verme a Colombia. Claro, lo ves desde fuera y dices, ¿qué chico recorre miles de kilómetros para ir a verte? El chico que más te quiere del mundo. Sin embargo, nunca en mi vida lo he pasado peor.”.
“Durante el tiempo que estuvo allí me hacía problemas con todo. Me hacía pasar vergüenza. Aún hoy lo pienso y no entiendo por qué estaba con él si no me gustaba nada, si me avergonzaba. Desde Colombia, nos fuimos a conocer Ecuador y allí me dijo que se quería casar. Yo me estaba volviendo loca. En Colombia me iba bien, cada vez tenía más trabajo. Me ofrecieron dirigir un centro para niños desnutridos, y, sin embargo, lo dejé. Nos comprometimos. Me juró que todo iba a cambiar, que los problemas eran de idioma, de cultura, de distancia. Eso pensaba yo. Pero lo peor fue que consiguió convencerme y regresamos de Colombia para irnos a vivir juntos al pueblo de la montaña donde él tenía la taberna y compartir una casa allí. Pero allí los problemas no desaparecieron, todo lo contrario. Cada vez había más humillaciones y más violencia y menos momentos buenos. Cuando se lo decía, cualquier cosa servía como excusa estamos en invierno, ya verás cuando llegue el verano, todo cambiará”.
“Yo no quería vivir así. No le tenía miedo, pero era una bronca continua. Había habido agresiones, pero yo siempre me defendía, hasta una noche, en casa, que creí que me mataba. Comenzó a humillarme y siguió con patadas, tirándome del pelo, puñetazos.- Alba me enseña las cicatrices que tiene por todo el cuerpo-. Yo comencé a sangrar y sangrar y él seguía pegando. Yo solo podía dar puñetazos en la pared para que me oyeran los vecinos. Fue lo que me salvó. Me llevaron al hospital, me acompañaron mientras me cosieron las heridas y me apoyaron. Yo llamé a mis padres, era la primera vez que lo hacía. Su hermana quería taparlo, pero les dije que me había pegado. No quería contarlo todo, pero necesitaba salir de allí. Esa noche que me pegó la paliza, hizo una fiesta en la taberna”.
Las princesas guerreras.
Ese es el nombre con que se refieren las personas expertas a la paradoja de las víctimas adolescentes y menores de edad: las princesas guerreras, una forma de expresar el sincretismo de género que diría Marcela Lagarde, la contradictoria educación en la que están creciendo estas muchachas. Por un lado, tienen interiorizados todos los mitos del amor romántico así como el mito de la belleza y los mandatos del género tradicionales mientras que por otro, no dejan de escuchar el mensaje de que pueden hacer lo que quieran con su vida, que pueden “comerse el mundo” y son mujeres del siglo XXI libres, fuertes e independientes.
El resultado es confuso. No se identifican con el maltrato porque ellas reaccionan a los malos tratos. Es la foto fija que eligen de todo el proceso, el momento en el que, si su novio les rompe el móvil, ellas se lo rompen a él; si él les controla los mensajes, ellas hacen lo mismo. Es la foto con la que también se queda buena parte de la sociedad: las chicas son igual de violentas que los chicos. Sin embargo, solo es una foto que tapa el resto de la relación, la principal características de la violencia de género, la desigualdad entre esa pareja, la desigualdad de la sociedad en la que viven y la desconsideración y menosprecio hacia las mujeres.
El Programa de Atención Psicológica a Mujeres Adolescentes Víctimas de Violencia de Género desarrollado en Andalucía y dirigido por el psicólogo Juan Ignacio Paz, está destinado a chicas de entre 14 y 17 años que sufran o hayan sufrido violencia e género por parte de sus parejas o ex parejas, independientemente de que se trate de manifestaciones tempranas o severas de este fenómeno. No es necesario haber denunciado la violencia sufrida para ser atendida en el programa y también se interviene con sus familias.
Del programa, pionero en España, han surgido manuales prácticos y disponibles en red: Guía para madres y padres con hijas adolescentes que sufren violencia de género y El novio de mi hija la maltrata, ¿qué podemos hacer?”, además de una serie de tendencias y conclusiones. Así, se evidencia que los maltratadores adolescentes y jóvenes utilizan la violencia física de forma habitual, junto a la violencia psicológica (entre el 65 y el 70 % de las menores atendidas en el Programa presentan violencia física). También detectan elevados índices de violencia sexual, generalmente en forma de imposición (violaciones, negativas a usar preservativos, imitación de la pornografía…) no reconocida como violencia por parte de las víctimas.
La mayor parte de la violencia se sufre en público (al no poseer un espacio íntimo), por lo que se refuerza la “normalización de esa violencia” ejercida impunemente sin rechazo social y, especialmente, sin rechazo por parte del grupo de iguales, mientras las jóvenes tienen menor dificultad para romper la pareja que las mujeres adultas, sin embargo, son muy vulnerables a las recaídas, bien a volver con la misma pareja o a iniciar una nueva relación igualmente violenta. Al no identificarse como maltratadas, no buscan terapias ni aprendizajes para romper con la violencia de género.
Entre las parejas jóvenes, especialmente entre las mujeres se detecta la gran influencia del denominado “velo de la igualdad”, es decir, las jóvenes justifican y normalizan el aislamiento y el control, ya que ellas también prohíben y condicionan a su pareja, eso sí, en las etapas tempranas de la relación. Posteriormente, el aislamiento y el control lo sufren ellas solamente, lo mismo que la violencia física leve es mutua al inicio de las relaciones lo que provoca la falta de reconocimiento de la violencia física más grave que se produce posteriormente y, como en el caso de la violencia psicológica, ya con un componente unidireccional de género.
Violencia de género digital.
En el mencionado programa andaluz se subraya especialmente la principal característica de la violencia entre parejas adolescentes y jóvenes: los comportamientos de desvalorización y control, muy fuertes y estrictos realizados básicamente mediante los dispositivos electrónicos, la redes sociales y en general, todo lo que supone el mundo de las tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC).
Las redes sociales y las aplicaciones móviles pueden ser espacios para la desigualdad y la violencia de género en contextos de pareja puesto que proporcionan la posibilidad de controlar 24 horas 365 días. El control es la primera manifestación de la violencia de género en las relaciones de pareja, así pues, buena parte del incremento de la violencia en las relaciones de primeros noviazgos se debe a la mezcla en la vida de adolescentes y jóvenes de la falta de educación en igualdad y el mantenimiento de los roles y estereotipos de género tradicionales con la disponibilidad de mecanismos de control efectivos y fáciles de obtener como un teléfono móvil.
Facilitar la contraseña del móvil o de cualquier red social se utiliza entre adolescentes y jóvenes como una muestra de amor. Cualquier mensaje o foto enviada cuando la relación va bien se puede utilizar posteriormente para avergonzar, acosar o chantajear. Aplicaciones como el WhatsApp son utilizadas para saber en todo momento dónde está la pareja, con quién. Juan Ignacio Paz relata el caso de una muchacha a la que su novio obligaba a que le enviara una foto todas las noches demostrando que estaba en casa y otra todas las mañanas, junto a su profesora, demostrando que estaba en clase- sin que la profesora diese la voz de alarma sobre el control al que estaba sometida su alumna.
Además de las redes sociales y las aplicaciones habituales, existen en el mercado programas como mSpy, un software espía para móviles que se ejecuta de forma indetectable proporcionando toda la información necesaria para realizar un seguimiento exhaustivo y a distancia de todas las acciones que se realicen con el teléfono vigilado, desde las llamadas entrantes o saliente, historial de llamadas, mensajes de texto, correos. Las TIC proporcionan anonimato, acceso a un número ilimitado de víctimas y no tienen limitaciones de distancia.
La repercusión es tan potente, que la Memoria de la Fiscalía General del Estado de 2016, hace referencia a la violencia de género digital destacando que: “otro aspecto que ya se había apuntado años anteriores, y este se ha manifestado de forma evidente, es la violencia de género digital, especialmente entre adolescentes y jóvenes, pues las redes sociales constituyen el principal medio de comunicación entre ellos y este instrumento también es muy útil para controlar, vigilar, presionar o desprestigiar a una persona, aprovechando además el anonimato y la gran repercusión que la red tiene”.
Aplicaciones contra la violencia de género.
Las TIC también pueden ser útiles para la lucha contra la violencia de género. Actualmente están disponibles una serie de aplicaciones que pretenden informar, advertir o proteger, como el Botón de Pánico#NiUnaMenos, una aplicación para Android que permite a la usuaria enviar una alerta por SMS a los contactos que desee para que estos puedan asistirla en caso de emergencia. Además, también se puede configurar un botón físico para situaciones en las que no sea posible entrar a la app. Por ejemplo, la alerta puede ser enviada tras pulsar repetidamente el botón de bloqueo y desbloqueo del terminal. En ese SMS se incluye el tipo de emergencia del que se trata y el lugar en el que se encuentra la víctima.
La Fundación Cermi Mujeres, ha desarrollado Pormí, una aplicación dirigida expresamente a las mujeres con discapacidad. Incluye canales de denuncia y de asesoramiento legal, asistencia pedagógica y números de teléfono a los que llamar. Pormí también incorpora información sobre talleres y cursos relacionados con la violencia de género.
Libres es otra aplicación para luchar contra la violencia machista. Distribuida por el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, se dirige “principalmente a mujeres que sufren o han sufrido violencia de género y al cualquier persona que detecte en su entorno una posible situación de maltrato”. Una característica importante es que permanece “oculta” para el agresor mediante un falso icono en el teléfono.
La finalidad de Libres es concienciar. Incluye un gran número de archivos y vídeos relacionados con la violencia machista, así como testimonios de mujeres que han logrado salir. La aplicación permite llamar al servicio de atención a mujeres víctimas de violencia de género (016) con solo tocar un botón, de la misma forma que al 112. También incorpora un documento con medidas de autoprotección y una guía sobre cómo actuar en casos de agresión.
Ygualex fue lanzada en abril de 2017. Incluye multitud de guías y documentos tanto para identificar signos de violencia como para actuar ante ellos. Tiene un diseño joven aunque no se dirige exclusivamente al público adolescente. Como Libres, incluye accesos rápidos al 016 y al 112, material de consulta, permite intercambiar mensajes y se actualiza semanalmente. El icono de la aplicación no se camufla en el teléfono.
Trusted Circles permite a la usuaria emitir un SOS a gran escala. El aviso, en vez de generar un mensaje de texto para una o varias personas, envía una alerta a todas las personas usuarias de la aplicación en un radio de un kilómetro. Otra función también permite enviar la ubicación en tiempo real. Funciona en todo el mundo.
La Diputación de Granada, a través de la Delegación de Juventud e Igualdad, lanzó en mayo de 2015 Ligando de Buen Rollo (LBR). Como Libres, tiene la intención de concienciar. Está dirigida a un público adolescente y estructurada en forma de videojuego, con cuatro niveles y multitud de archivos destinados a promover las relaciones igualitarias y respetuosas, dotar a jóvenes y adolescentes de claves para analizar su ideal del amor e informar de los recursos específicos existentes para la prevención e intervención en situaciones de violencia machista. A LBR le acompaña un manual didáctico que incluye 14 dinámicas incluidas en el videojuego.
(Nuria Varela. “Íbamos a ser reinas”. Ediciones B. Barcelona. 2017)